ZONA POLITEiA/ La guerra en Ucrania según Kissinger

CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). La guerra en Ucrania ha comenzado. O reiniciado, según se vea. Para algunos, lleva ya ocho años y alrededor de 15 mil muertos. Para otros, es la respuesta rusa al acoso y el cerco que, según Putin y sus estrategas, Occidente les ha impuesto con la expansión de la OTAN hasta sus fronteras mismas. Los juegos de guerra no han terminado en fuegos de artificio, sino en fuego real, con una brutal ofensiva que en tan solo unas horas de ataque, según los medios rusos, ha dejado una parte de la infraestructura militar ucraniana inutilizada. Parafraseando al poeta-profeta, Luis F. González, podría decirse que “la herida está fresca y el viejo oso soviético agazapado”. Su reacción es violenta y plantea un abierto pulso a las democracias europeas, al modelo liberal occidental, al poderío militar de los Estados Unidos y en general a todos aquellos que en distintas partes del mundo combaten a la economía capitalista de casino que se ha instaurado en Rusia. Porque eso es lo que ahora representa Rusia para el mundo: miseria, hambre, injusticia, represión, ausencia de libertades. Ese es el modelo que defienden dictadores como los de Venezuela, Nicaragua o Cuba.

Esta lógica de destrucción y muerte debe ser frenada. Y desde nuestro espacio vital, desde donde hacemos nuestra convivencia cotidiana, debemos movilizarnos en defensa de la vida, en contra de la muerte y de quienes quieren llevar al mundo al borde de un nuevo cataclismo. Podemos y debemos hacerlo como parte de nuestro compromiso ético como ciudadanos que aspiramos a una convivencia civilizada. Recuerdo cómo todavía en mis años juveniles, salíamos desde las aulas universitarias a expresar nuestro rechazo a la guerra de Viet Nam, la solidaridad con la revolución cubana, la demanda de libertad de Nelson Mandela, todo ello organizado siempre por una combativa Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa, con figuras como Liberato Terán, Rito Terán, Jesús Michel Jacobo, entre muchos otros. ¿No podemos ahora hacer lo mismo? Es una iniciativa que ahora, en estos momentos difíciles para el mundo, propongo a representaciones de la sociedad civil, a estudiantes, a sindicatos y organizar una acción que muestre el compromiso de los sinaloenses con la libertad, la justicia, la democracia y por la vida.

¿Que lo que pase en Ucrania es ajeno es para nosotros? No lo creo. Como dice el lugar común: vivimos en una aldea global. El de hoy es un mundo interdependiente, y gestionar esta relación compleja demanda empatar las prácticas locales con una visión de conjunto de lo que pasa en las más diversas latitudes. Pongo un solo ejemplo: ha iniciado la guerra y de inmediato el precio del petróleo se ha disparado por encima de los 100 dólares por barril. En México, que exporta petróleo por cerca de 25 mil millones de dólares, las finanzas públicas experimentarán un efecto positivo, pero las finanzas del sector privado experimentarán un efecto negativo, ya que se encarecerán muchos de los insumos que requieren los procesos productivos, además de que los consumidores, como consecuencia del efecto inflacionario, experimentarán una severa merma en sus ingresos.

Mientras sigo con atención el aluvión informativo sobre la violencia que se ceba sobre Ucrania –confirmando que mucha información no significa estar mejor informado—leo un artículo de Henry Kissinger, el ex secretario de Estado de los Estados Unidos en los años 70 del siglo pasado, publicado en el The Washington Post, cuya lectura es muy recomendable para entender las raíces del conflicto y algunos escenarios de solución. Recuerda Kissinger que Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos, y sus historias han estado entrelazadas; ha sido parte integral de la historia rusa, y la parte occidental del país fue incorporada a la Unión Soviética en 1939, cuando Hitler y Stalin dividieron su territorio. Un dato central, clave, decisivo, para entender la fuerza, influencia y poderío ruso, que recuerda el estratega estadounidense, es que, Crimea, 60 por ciento de cuya población es rusa, se convirtió en parte de Ucrania sólo en 1954, cuando Nikita Kruschev –ucraniano de nacimiento—y en ese tiempo jefe del partido, jefe del Estado y de todo cuanto se movía en la Unión Soviética, se la otorgó como parte de la celebración del tercer centenario del acuerdo de Rusia con los cosacos.

Además están como parte de este coctel explosivo asuntos del idioma y cuestiones religiosas. La parte occidental habla ucraniano; la parte del este habla ruso; la parte occidental es ampliamente católica, y la contraparte está muy identificada con la iglesia ortodoxa rusa. En tales condiciones, tratar de controlar a una de las partes conduciría eventualmente a una guerra civil o a una ruptura. Además, Ucrania ha sido independiente por solo 23 años, y previamente había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde el siglo XIV de ahí que sus líderes, dice Kissinger, no hayan aprendido el arte del compromiso: La política post-independentista de Ucrania demuestra claramente que la raíz del problema subyace en los esfuerzos de los políticos ucranianos por imponer su voluntad sobre las partes rebeldes del país, sean de una facción o de la otra.

No me extiendo más sobre el tema, pero los elementos apuntados dan cuenta de la naturaleza compleja del conflicto que, en los momentos actuales, expresa la férrea determinación de los rusos de impedir a costa de lo que sea que la OTAN se instale en territorio ucraniano. Este es el fondo de la especie de “blitzkrieg” que ha puesto en marcha la Rusia que nunca ha renunciado a sus pretensiones de gran potencia.

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