VIDA Y LECTURA/ Kim Ji-Young, nacida en 1982

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Desde hace más o menos cinco años, Corea del Sur tiene cada vez más presencia en México. Las series, películas y documentales, disponibles en las diversas plataformas, presentan muchos y diversos aspectos de la sociedad surcoreana: valores, tradiciones, comportamientos laborales, exigencias educativas, formas jerárquicas de relacionarse, problemas sociales de amplio espectro, o situaciones domésticas donde la tensión entre la tradición y la modernidad es ineludible. En todas ellas, está presente su gastronomía, sus ritos sociales y una compleja dinámica cotidiana, marcada siempre por las obligaciones.

Buscando algo más elaborado, encontré un conjunto de artículos coordinados por Bárbara Baloveo, Desirée Chaure y Matías Benítez “Corea ante un nuevo cambio de época. Aproximaciones desde el sur global”, proyecto financiado por la Academy of Korean Studies, publicado digitalmente en 2022. Y, respetando mis propios sesgos, empecé por la sección de género. Fue en ese libro, donde encontré (Verónica del Valle “Solo se vive una vez: el fenómeno “Honjok” en Corea del Sur”) la referencia a una novela que, según Alfaguara “ha incendiado Asia entera”. Se trata de “Kim Ji-young, nacida en 1982” escrita por Cho Nam-joo, socióloga, guionista y novelista coreana, prácticamente desconocida porque no había sido traducida al español.

Es una novela corta que, presenta escuetamente a la protagonista como una mujer de treinta y pocos años, casada y con una hija. Se desempeña como ama de casa, dedica su tiempo a cuidar a otros y a mantener su departamento alquilado ordenado y limpio. No cuenta con redes de apoyo familiares, ni por parte de su esposo, ni de su familia de origen y pasa algunas estrecheces económicas porque solo ingresa un salario en su hogar, el de su marido.

En la primera página la autora señala que Kim Ji-young presenta una conducta anormal, ubica con precisión cuándo fue la primera vez que esa conducta se presentó y va entrelazando la historia de vida de Kim, con sus conductas anormales, cada vez más frecuentes, que avergüenzan al marido y sorprenden a familiares y amistades. La anormal conducta de Kim consiste en hablar con otras voces, voces que dicen lo que ella se prohíbe decir. Así, de pronto, Kim con la voz de su madre, puede reclamarle a su yerno (su esposo) que haga trabajar tanto a Kim, o que sea desconsiderado con la crianza de la hija, o que nada más piense en su familia y no en la de ella. Utilizando la voz de una amiga, puede expresar sentimientos que nunca fueron expuestos o exhibir lo que la sociedad y las costumbres obligan a hacer a las mujeres.

Es por medio de estas voces que vamos conociendo el descontento, la tristeza y el enojo ante las muchas injusticias que Kim vive. Mientras Cho Nam-joo va narrando la vida de Kim, desde su nacimiento que tanto sufrimiento le trajo a su madre por no haber podido tener un varón y considerando que era la segunda niña, dado que tenía una hermana mayor, las voces de las otras van emergiendo.

Así nos enteramos que en las casas de las niñas que nacieron en 1982, comían primero los hombres, sin importar su edad, luego los ancianos y finalmente las niñas y las mujeres. Que las porciones eran diferentes: para ellos abundantes y para ellas las sobrantes. Que la educación también privilegiaba a los hombres, obligando a las niñas a trabajar -lo más pronto posible- para ayudar a financiar los estudios varoniles. Que los salarios de las mujeres son casi un 30 por ciento menores que las de los varones, aunque exista una ley que lo prohíba, y que son ellas quienes tienen que dejar sus trabajos para atender las obligaciones de la casa y la crianza.

Nada nuevo, pero se trata de una jovencita que en 2002 tenía apenas 20 años, en un país que políticamente había renunciado al código de la triple obediencia: al padre, al esposo y al hijo. De una jovencita que vio cómo su madre iba construyendo el patrimonio familiar. Que sabía que era ella, su mamá, quien generaba mayores ingresos, la que decidió hacer inversiones sensatas y quien se aferró a que sus hijas estudiaran y fueran profesionistas. Kim Ji-young vio nacer la Comisión de Igualdad en la presidencia de la República, el Ministerio de Equidad de Género y Familia, el Comité Nacional de Políticas de la Mujer y el Instituto Coreano para el Desarrollo de la Mujer.

Pero, Kim aceptó casarse, tener descendencia para no defraudar ni a su esposo, ni a sus parientes. Aceptó dejar su empleo para no tener que pasar por la vergüenza de utilizar los beneficios laborales que hay para la crianza de las y los hijos. Aceptó renunciar, obedecer, deprimirse, enfadarse y enfermarse porque ella -en aquellos momentos- carecía de voz, de su voz. Y esto de no tener voz llegó a ser tan grave que Kim necesito crear otras voces.

Y por eso, Kim Ji-young tenía que acudir dos veces por semana al consultorio de un psiquiatra, durante 45 minutos, para entender por qué “De vez en cuando, Kim Ji-young se comportaba como otra persona. Unas veces actuaba como una persona que seguía con vida; otras como una persona ya fallecida. Pero la persona por la que se hacía pasar era todas las veces una mujer a la que conocía”.

La novela termina con una reflexión del psiquiatra que, en seis páginas, trata de analizar qué es lo que está pasando; por qué son las mujeres las que forzosamente tienen que renunciar, elegir y sacrificar, se pregunta qué les corresponde a los varones, qué se tiene que hacer para que las cosas cambien. Y eso que el psiquiatra no sabe que la mitad de las mujeres casaderas en Corea del Sur ya no se quieren casar, que los hogares unipersonales están creciendo a un ritmo alarmante desde el 2010, que la natalidad es tan baja que preocupa al gobierno, ni que existen amplios movimientos de mujeres para enfrentar el acoso y el hostigamiento, el aborto selectivo y los “encorsetados” estándares de belleza. Pero sabe que su esposa fue la mejor alumna de su generación, una brillante profesionista y es más inteligente y dedicada que él. Y sabe que ella tuvo que dejarlo todo para ocuparse de su propio hijo.

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