VIDA Y LECTURA/ Isabel de Baviera, irrealidad y verdad

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Las niñas que nacieron a finales de los años cincuenta y durante las décadas de los sesenta y los setenta crecieron bajo el paradigma de los cuentos de hadas y la ilusión de las princesas. Sería hasta bien entrados los años ochenta que se empezó a cuestionar la estupidez de concebir los sueños infantiles de las princesas, se les juzgo “boludas” y empezaron a cuestionarse seriamente los daños que causaban esas rotundas mentiras en la imaginación de las niñas.

El cine maravillaba y las películas provocaban un enorme placer en las y los espectadores, quienes creían que el cine era, muchas veces, un fiel reflejo de la realidad. Nada más lejos de la verdad. A ese desvarío colectivo, o ilusión profundamente irracional, contribuyeron muchos directores (las directoras de cine aparecerían muchísimos años más tarde y tras mucho bregar por tener un lugar en el universo de los dioses).

A principios de 1893, en la elegante, culta y sofisticada Austria, nace Ernst Marischka quien destacó como guionista y director de cine. Se afirma que dirigió una treintena de películas, pero alcanzó su fama con una fastuosa trilogía sobre la Emperatriz Isabel de Austria, antes conocida como Isabel de Baviera, y también conocida como Lisi, Sisi, Sissi, y demás apelativos. Nació con el título de duquesa y fue hija de una princesa (Ludovica de Baviera).

Las películas fueron protagonizadas por Romy Schneider, esbelta, bella, fotogénica; algunos la consideraban talentosa y otros la veían como la encarnación del estereotipo real. Las tres películas fueron “Sissi” de 1955, “Sissi emperatriz” en 1956 y “El destino de Sissi” que se estrenó en 1957. La trilogía dio la vuelta al mundo y en las cuatro siguientes décadas se vieron las tres películas con enorme cursilería y admiración.

Una amiga mía tenía una tía con un enorme talento para contar películas y se decía que era mil veces mejor la narración de la tía que las películas mismas, así que preferían que ella fuese al cine, para poder escuchar después la película ensalzada o vituperada por la tía. Otro de sus talentos era describir el vestuario y las escenas, con lujo de detalles y aderezas con personalísimos comentarios. Su talento, en suma, era narrar una película de 90 o 120 minutos en dos o tres horas. Además, describía las ciudades como si hubiese vivido en ellas. Es el caso de Viena, Salzburgo, Buda y Pest donde transcurre la trilogía de Ernst Marischka.

Así, miles de niñas crecieron con la fantasía de las princesas, el boato de la corte vienesa, una historia de amor que nunca existió, palacios suntuosos que en realidad ya eran casi decadentes, briosos caballos, carruajes y paisajes “de ensueño”, como los describía la parlanchina tía.

La Sissi-manía, impulsada por las películas, dio origen a un sinnúmero de cuentos juveniles de aventuras de la princesa, reina y emperatriz. Libros ilustrados, colecciones de comics, ediciones especiales, pastas duras y libros de bolsillo (la editorial Bruguera estuvo a la cabeza durante años por las muchas versiones hechas en español). Se trataba de dramas enormes, salpicados de bonhomía, belleza y compasión. Se vendían diarios para adolescentes con su estampa, mochilas para los útiles escolares, colgajos para llevar en el cuello y cualquier cosa que fuera comercializable con la imagen de la princesa que devino en emperatriz y en reina de Hungría.

Las versiones complementarias o restauradas de las películas todavía tuvieron numerosas admiradoras a finales de los años noventa. Largo reinado tuvo, en el gusto de niñas y adolescentes, impulsadas por sus trasnochadas madres, abuelas y tías, la edulcorada fantasía de la princesa de enorme corazón y gran cabeza.

La realidad fue totalmente diferente. Elizabeth de Baviera jamás quiso ser princesa, no fue dulce, ni tierna, y tampoco frágil. Fue más bien una mujer de espíritu solitario, reflexivo y complejo; mujer de enorme y lúcida inteligencia, curiosa, sarcástica, intuitiva y con firmes convicciones. Aprisionada por deberes que nunca quiso asumir, se transformó en una mujer rebelde, hasta la intransigencia, voluntariosa y excéntrica.

Sofocada por deberes y obligaciones que odiaba conscientemente, se dedicó a escapar del yugo imperial todas las veces que pudo, viajando en escasa compañía. Casada por obligación, obligada a tener hijos para el imperio, a comportarse conforme a los usos y costumbres de una corte que detestaba, con la rígida y permanente vigilancia de una suegra tirana y colérica, vivió para escapar de sus muchos suplicios.

Sissi, quien fue educada libre, caminera y feliz, estuvo rodeada de naturaleza, caballos, perros, libros, aire, sol y nieve y, a los 16 años, casada con el emperador de Austria, se vio, constreñida a una corte encorsetada, dura, rígida y malévola, en la que nunca encontró su lugar. Al igual que su hermano, Maximiliano, vivió abrazada de la tragedia y la muerte. También, al igual que su hermano que terminó convirtiéndose en el emperador de México, murió asesinada. Él en el Cerro de las Campanas; ella por un anarquista que le clavó un estilete, mientras paseaba, sola, como acostumbraba, por Ginebra.

Una mujer noble que a principios del siglo XIX se declara antimonárquica, anticlerical y antimilitarista es, por lo menos, sorprendente. Ángeles Caso Machicado, escribió una extraordinaria biografía, “Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría o el hada maldita”, que se publicó en 1993 y que, aún hoy, en la segunda década del siglo XXI, se lee con gusto y agradecimiento porque desmitificar, develar, descubrir y revalorar a las mujeres sigue siendo una tarea inconclusa.

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