SILOGISMOS/ México y la utopía de llegar a ser el país de las maravillas

*Las condiciones adversas que se palpan en la economía nacional son paliadas por programas sociales que buscan fortalecer una estructura electoral, más que superar de fondo las causas de la pobreza; el apoyo a los adultos mayores está tan mal dirigido que millonarios de más de 65 años, como el ex Secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz lo reciben, mientras muchos viejitos realmente pobres siguen sin acceder a este beneficio

ANTONIO ORTIGOZA VÁZQUEZ (@ortigoza2010) Especial de Expediente Ultra. No parecen ser pocos los mexicanos que se hacen lenguas acerca de las causales de la triste situación en la que se halla nuestro país y, por ende, casi todos nosotros.

Una realidad es que también existen mexicanos que piensan que todo está bien o que vivimos mejor que nunca. Al parecer, estos compatriotas no son mayoría.

Cada quien, por supuesto, es libre de registrar la realidad con arreglo a sus vivencias personales, pero se antojan inevitables ciertos hechos a analizar.

Al entrar a este punto, cabe señalar algo importante: en no pocas ocasiones, “el libre albedrío” (que nos adjudicó Lactancio en el siglo III d.C.) suele estar condicionado o influido,  por “como le va en la fiesta”. Visto así, el asunto nos llevaría a ejercer un cálculo de cuántos ancianos reciben la piscacha de mil 900 pesos mensuales; cuántos jóvenes se benefician del programa “construyendo el futuro” y cuántos campesinos con “sembrando vida”, destruyendo bosques.

Esos ancianos, jóvenes y campesinos no saben o no les importa, el gasto innecesario e inútil –y muchas veces estorboso- en burocracia, construcción de “bancos” cuando bastaría un cajero automático o la devastación de la floresta tropical para “sembrar” frutales, si se aprovechase en el reparto en efectivo, éste sería el doble… o el triple.

Tampoco saben que la genial ocurrencia de que esta pensión a adultos mayores sea “universal” (¿?) hace que se incluyan, fíjese usted, no solo a jubilados del IMSS o el ISSSTE, lo que ya sería gran injusticia, sino que también a personajes de la clase media alta y millonarios. Un dato que se le olvida a todos es que en enero de 2019, Francisco Gil Diaz ocupó varios días en tratar de averiguar a dónde y cómo podía devolver la “pensión” que se agregó a su cuenta de banco, que es de algunos milloncitos… ¡de dólares!

Gil Díaz hizo carrera en la alta burocracia financiera, fue Secretario de Hacienda con Fox y es accionista en no pocas corporaciones internacionales. Pero tiene más de 65 y debe recibir la pensión de anciano. Entre tanto –y lo dicen los mismos burócratas que tramitan la pensión- hacia 2021 había ancianitos en la miseria que aún no recibían la pensioncita. De ese tamaño.

Pero AMLO confía en esa “reserva de votos”. La pregunta es: ¿le saldrán las cuentas?

Además, aquí la concentración de la riqueza es escandalosamente dramática, por espectacular. Y por añadidura, la pobreza parece extenderse más y más. Pero el día de hoy, existen nacimientos sexenales de otra nueva oleada de millonarios.

A ello sumemos otras peculiaridades de nuestra realidad: la corrupción en el ejercicio del poder es parte de una idiosincrasia. La corrupción aquí es una cultura, casi un credo que se sustenta en que “todo eso viene desde la llegada de Hernán Cortés al Altiplano”.

Y más: la desigualdad económica, la injusticia social y la iniquidad política son, simultáneamente, causa y efecto de una distorsión en los programas desde su misma concepción y, recientemente, por la contención de la inversión extranjera, tanto por la retórica oficial como por trabas ideológico/burocráticas.

Todo eso se agrava por la circunstancia sexenal de mirarse el ombligo, por lo que la magnífica oportunidad de captar las inversiones que salieron y siguen saliendo de China, no lleguen a México. La posibilidad de, ahora sí, crecer al cuatro o cinco por ciento, se esfumó y las oportunidades, como bien dice el dicho, solo tienen un pelo, y ese pelo se puede arrancar o caerse por efecto de la resequedad craneana y perderse en el callejón de las disculpas y las quejas.

México posee un territorio enorme –unos dos millones de kilómetros cuadrados–, con un denso recurso humano que mueve a envidia a otros países: más de cien millones de habitantes.

Nos quedaremos con el consuelo de nuestra ubicación geográfica privilegiada, nunca aprovechada, y aún si la 4T revienta en 2024, ya poco podrá hacerse, salvo lamentar la oportunidad perdida.

Incluso, muchos mexicanos –diríase que un número mayoritario– carece de la escolaridad con la calidad que permite a la conciencia ejercer una intuición política educada.

Así, nuestro atraso en lo social, lo económico, lo político e inclusive en otros aspectos aleatorios de la vida nacional, tiene un origen identificable: la educación. Ya era mala, y ahora tenemos que hacer un esfuerzo para encontrar un calificativo debajo de peor.

Sin duda. En nuestra forma de organización social, la educación es, ciertamente, el medio de control social más eficiente, en tándem con otros: la ignorancia de las masas.

Los medios de difusión masiva actúan a la par que la estructura educativa formal y otros mecanismos de la élite del poder para conservar y reproducir el sistema económico.

Pero, debe señalarse, los medios electrónicos, quizá a partir del decenio de los 80, contribuyeron, junto con pésimos sistemas escolares, a echar abajo cualquier precario programa de fomento a la lectura.

Pero… el golpe de muerte quizá fue sintetizado por un semoviente llamado Marx Arriaga (¡púmbale!) quien tronó contra “la lectura por placer,  un vicio solitario que, igual que hicieron los prelados de hace no pocos decenios, condenaban ese otro vicio solitario tan recurrido, inclusive por urgencia fisiológica, por los –y las- adolescentes. Los esfuerzos del maestro Vasconcelos ya se consideraban casi perdidos, y sucedió que este “Marx” le quitó el casi.

Eso, sin perjuicio de que otro vicio solitario –y no tanto- se practique desde cierto salón oficial antes polvoriento.

En esas estamos: los mexicanos a veces salen a votar, a veces no salen. Cuando, por circunstancias, más o menos aciertan, se quejan. Si no aciertan, la desgracia la atribuyen al imperialismo, la “mafia del poder” o de fuerzas extraterrestres.

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