LECTURAS CON PÁTINA/ Cobrar por escribir. En el centenario natal de Ricardo Garibay

JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ. En enero pasado se cumplieron ocho años de que este tecleador difundió entre sus contactos la reseña de un libro y les pidió de favor no publicarlo. Parece que respetaron su solicitud.

Ahora lo reenviamos sin restricción alguna porque ya no existe el prurito que nos impulsó entonces (molestar a quienes nos difunden); porque sigue vigente el mensaje que contiene, y también para mantener alguna presencia mediática en un año -este 2023- que vislumbramos flojo no sólo porque quién sabe dónde quedó la musa, sino también porque fundamentalmente trabajamos en un nuevo libro del que pronto habrá noticias.

Aquel artículo se tituló Ricardo Garibay: leer, escribir y cobrar, y decía lo siguiente, levemente retocado:

La lectura es un refugio para huir un poco de la pesadilla en que siempre se convierte el tumultuario y costoso mes de diciembre, y en esa faena nos ayudó, entre otras obras, un librito de Ricardo Garibay publicado en 2014 por la Editorial Océano en su colección Exprés: Oficio de leer.

En este tomo de apenas 128 páginas, con un texto que data de 1996, el autor comenta aquellas de sus lecturas que le llamaron la atención por ciertas frases “donde hay que detenerse” y que él llama «paraderos literarios».

Son esos hallazgos interesantes que uno subraya, copia, anota comentarios al margen de la página y memoriza, ya que le han llamado la atención por alguna razón especial y casi siempre fuera del contexto de la obra.

Pero no sólo eso: Oficio de leer también incluye “capitulillos” sobre escultores y pintores que nada tienen que ver con el tema central, pero lo hace de manera amena e interesante, si bien un tanto tramposa porque el lector espera plena fidelidad al título del libro.

Desde un principio se observa que las décadas, que en español no se pluralizan, él las escribe como los años “cuarentas”, “cincuentas” y “sesentas”.

Y si bien limita sus juicios al uso de algunos adjetivos: “fallido relato de Pío Baroja”, “historia un poco idiota de Stendhal”, Bukowski, “escritorzuelo, mentecato y apestoso”, cuando comenta El evangelio según Jesucristo, de José Saramago, lo hace con amplitud; le dedica varias páginas para manifestar su desacuerdo con la forma como presenta a Jesús, más humano que divino, y sobre todo casado, ya que “no tan fácilmente los seres humanos nos desprendemos de ilusiones, convicciones o verdades que nos han acompañado toda la vida”.

Y aun cuando dice que esa novela “está lejos de ser deslumbrante”, le reconoce aciertos literarios con opiniones como que “es muy bella esta entreveración”, es un “hermoso y denso párrafo” y otras así.

En su capítulo ‘Flaubert y Carlyle’, a propósito del libro Mujeres de artistas, de Jean-Paul Clébert, se refiere a la actitud gregaria y misógina de intelectuales y artistas varones, y a quienes la presencia femenina les resulta negativa: “Decía Flaubert que la mujer perturbaba las cenas literarias y los diálogos, los vagabundeos nocturnos y las borracheras”.

Garibay coincide con esas y otras aseveraciones. Y, ya casi al final, a propósito de una frase de la esposa de Flaubert (“se había jurado que su marido jamás escribiría por dinero”), comenta que 130 años después, a finales del siglo XX, “ha bastado este breve tiempo para darle la vuelta a la tortilla”: ya “ningún escritor que lo sea de veras escribe una línea si no se le adelanta la paga. Escribe gratuitamente el mendigo escritor, o el que no ha nacido escritor”.

Y en los últimos párrafos del capítulo, abunda:

“Se escribe hoy día porque sí, porque ése es el oficio escogido; pero se vive de escribir, se escribe por dinero. Salvo los jóvenes que hacen versos, todo mundo cobra por las palabras que amontona. No cobra la gente de provincia, o la de siglos viejos.

«Seamos serios en este quehacer, sepamos urdir la obra de circunstancias: recibir un encargo y cumplirlo a la perfección. Éste no es un oficio a ratos perdidos, tampoco es diversión. Un poema, una novela, un cuento, un ensayo, un tratado, tienen detrás toda la vida pasada en el taller de la escritura. Y de algo se ha de vivir. Y no se es talabartero ni burócrata para de cuando en cuando ser escritor. Y la obra de los poetas y escritores ‘desde Homero hasta Joseph Conrad’, hasta Octavio Paz, son el sustento de la entidad, de la historia. ‘Le entrego tantas páginas; luego usted me paga tanto y tanto.’ Y punto. No hay más, ni tiene por qué haber más.”

Con estas consideraciones, Ricardo Garibay deja por un momento el tema y título del libro, Oficio de leer, para tratar sobre la profesión de escribir.

La suya es una postura expresada hace apenas dos décadas (sic; ya serían tres), que ahora deberían asumir los autores de artículos periodísticos, más cuando son de divulgación, porque detrás de ellos también hay lo que Garibay llama “toda la vida pasada en el taller de la escritura”: oficio, lecturas, conocimiento, contexto, tratamiento, pulimento, propósito, tiempo, dedicación.

Pero, cuando menos en lo que va del siglo actual, los medios evaden en muchos casos el pago por ese tipo de contenidos y hasta creen que hacen un favor a sus autores al publicarlos. Muchos llegamos a caer en esa mala práctica, que debe terminar porque la escritura de artículos periodísticos no es una labor de principiantes, sino de autores con experiencia y dignidad que deben valorar su tiempo y honrar su trabajo: no viven de ser “talabarteros o burócratas” -Garibay dixit-; son profesionales de la palabra escrita.

Y, peor aún, en ciertos medios los reporteros no tienen salario y en otros les venden el espacio donde publican sus notas; como antes, cuando había “periodistas” que compraban planas y las llenaban con parrafadas elogiosas que luego facturaban al beneficiado. Ese sí, oficio de mercaderes, no de «líderes de opinión».

Hasta aquí aquel artículo del 5 de enero de 2015 sobre Ricardo Garibay, un escritor mexicano que fue poco recordado el pasado 18 de enero cuando se cumplió un siglo de su nacimiento, y a quien conocimos porque su hija María fue por breve tiempo nuestra compañera en la agencia mexicana de noticias Notimex, y nos lo presentó.

Al morir su padre en 1999, María Garibay se dio a la tarea de clasificar todos los documentos del escritor, tanto textos escritos, publicados e inéditos, como cintas de audio y video, pues él también trabajó en medios electrónicos. Conseguir la obra reunida de este autor hidalguense, aunque no toda, es relativamente fácil en los mercados digitales de libros que existen actualmente.

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