JUEGO DE PALABRAS/ Una víctima de la oposición conservadora

YANETH ANGÉLICA TAMAYO ÁVALOS (SemMéxico, Querétaro). Desde hace años, la ciudadanía mexicana ha experimentado la pasividad del Estado al momento de enfrentar los reclamos sociales, los cuales, por lo general, se centran en violaciones a los derechos humanos.

Estas violaciones se han ocasionado por la debilidad de las instituciones y la falta de coordinación en los espacios destinados a la mediación y atención social; en donde la ausencia de reconocimiento y respeto a los derechos ha generado conflictos públicos que trascienden a lo individual.

Situación que se ve reforzada por la limitada acción de los agentes del Estado, quienes han invisibilizado los problemas que aquejan a la ciudadanía, en especial, cuando se habla de temas que tienen que ver con la impunidad, la violencia, la democracia, la reconfiguración de un nuevo orden político, entre otros.

En donde, el cinismo de algunas y algunos funcionarios públicos los ha llevado a negar la existencia de dichos problemas y tildar de facciosos a las y los ciudadanos que exigen la rendición de cuentas sobre el trabajo que se les encomendó, dejando en indefensión a las personas que más necesitan de la intervención del Estado.

Circunstancia que cada vez se torna más complicada, en especial con el gobierno en turno, ya que, más que solucionar y brindar “bienestar”, se han dedicado a vivir del pasado y politizar el sufrimiento social.

Prueba de lo anterior, son las declaraciones que a diario emite el Presidente de la República, quien ante los cuestionamientos de seguridad o la inconformidad de sus planes políticos, este siempre emite la misma respuesta como disco rayado.

“La culpa es de las administraciones pasadas y su sistema neoliberal; las cifras que reportan son tendenciosas, yo tengo otros datos; mis adversarios solo buscan polarizar”.

Esto sin olvidar sus reacciones respecto de la organización de la sociedad civil, que mediante la protesta hacen visible el desagrado hacia su forma de gobierno, acciones ciudadanas que minimiza y tilda como conservadurismo.

Además de su obsesión por medir fuerzas políticas contra la ciudadanía que desaprueba su administración, quien a forma de competencia realiza movilizaciones para mostrar que su popularidad “pesa más” que la oposición.

Si algo se puede destacar de la administración obradorista, es el constante discurso centrado en culpabilizar a las administraciones pasadas de los problemas actuales, y la acusación generalizada al señalar de facciosos/as y reaccionarios/as a todos aquellos que cuestionan y exigen su intervención.

Cuando ni todas ni todos los mexicanos los apoyan, ni todas/todos los que cuestionan y se manifiestan pertenecen a una fuerza política para calificarlos de tendenciosos y reaccionarios, pues sus comentarios generalizados no solo ofenden a sus adversarios políticos sino a la ciudadanía que no aprueba sus formas.

Vivimos en una crisis social, en la cual los encargados del Estado no deben seguir haciendo campaña política y promesas para mantener el control de las instituciones y mucho menos, se pueden dar el lujo de desacreditar a la ciudadanía cuando exigen sus derechos e informan los datos reales, pues son ellos quienes viven en carne propia los problemas causados por pésimas decisiones.

El trabajo y la voz de la ciudadanía, de las organizaciones civiles, de la academia y de las y los defensores de derechos humanos, no deben ser calificados de facciosos y tendenciosos, ya que no tienen intereses políticos que busquen desprestigiar al Presidente de la República, antes bien se busca la concordia y el trabajo en colectivo con miras a mejorar las acciones que permitan un verdadero estado de bienestar.

Si bien el presidente Andrés Manuel López Obrador, tiene conflictos políticos y partidarios, estos deben ser resueltos aparte, claro, sin olvidar que también sus adversarios son ciudadanos y ciudadanas. Ya que no se puede gobernar para unos cuantos, pues en un acto de corresponsabilidad todas y todos están involucrados.

El presidente debe dejar de colocarse como una víctima de la “oposición”, ya que su verdugo es el mismo, sus palabras son las que lo han condenado a la crítica y desaprobación, fue él quien desde un inicio se impuso el discurso de no fallar y no poner sus intereses particulares por encima del interés nacional, comprometiéndose a ejercer el poder con humildad.

Aún no es tarde para iniciar con el reconocimiento de los problemas que aquejan a la ciudadanía y afrontarlos de manera directa. Se debe dejar de lado la narrativa popular y comercial con la que se trata de convencer al pueblo de que no pasa nada y que es culpa del pasado, ya que de lo contario seguirá siendo un discurso que solo adorne lo que se oculta.

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