“La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”. Eduardo Galeano
JOSÉ CARLOS GONZÁLEZ BLANCO
Hay una estrecha relación de causa – efecto entre la pobreza económica con la ignorancia, la mediocridad y la mala calidad del gobierno de los pueblos.
También con la vulnerabilidad de las masas al engaño a la seducción de políticos sin escrúpulos y al egoísmo para pensar en los demás.
En efecto, a una madre no se le puede exigir que vote por otro partido mientras no tenga opciones para ofrecer alimentos a sus hijos ni para salir de sus miserias.
Ningún alumno puede aprender si está mal alimentado, si no tiene acceso al conocimiento universal, si en su hogar hay miseria dolor y no hay internet que le permita acceder a habilidades que le permitan ser competitivo.
Esos niveles de mediocridad social generan el abuso de líderes que engañan y sólo ven por sus intereses mezquinos, ése, el origen de los populismos como los que sufre Venezuela, Nicaragua, Cuba o México.
No hay duda de que la pobreza económica y social, engendra mediocridad y minusvalía de valores y desdén por el civismo, respeto al prójimo a la propiedad ajena y la pérdida de fe en el mérito, cuando hay hambre y pobreza de valores no es posible creer en la competitividad, el esfuerzo personal, el mérito ni en la patria.
Ningún hombre marginado o sobre explotado podrá creer en el estudio y el trabajo como medios para superarse.
En efecto, gran parte de esos problemas lo generan empleos mal pagados, patrones mercenarios y abusivos, explotadores, coyotes intermediarios que se quedan con ganancias y que depredan a de trabajadores del campo, funcionarios corruptos que lo permiten y los cárteles malditos que destruyen todo lo que tocan.
Según el CONEVAL, el INEGI y organismos autónomos, en México hay entre 46 y 52 millones de pobres de diferentes gravedades de miseria, de una población de más menos 126 millones de pelaos, o sea, entre el 37% y 41% de toda la población.
Hay otro tanto difuso de población del mismo tamaño que se puede clasificar como clase media, otro segmento que califica como clase media, más o menos alta que alcanza entre 20% y 22% de la población y sólo poco menos del 2.5 % que pudiéramos considerar de clase alta.
No lo aburro con referirme a los discutibles criterios, pero lo real es que es difícil identificar los márgenes precisos por tanta manipulación de cifras, pero lo importante es que en México, son muchos pobres y eso está mal.
La historia enseña que, las sociedades tan desiguales engendran polarización irreconciliable que propician condiciones para el estallamiento de guerras civiles, violencia, revoluciones y para que florezcan liderazgos y partidos políticos facciosos.
En todas las guerras civiles, los pobres son los que aportan la sangre e hijos muertos y sólo los líderes que sobreviven, aspiran a disfrutar los frutos de esas crisis.
Pero es sano hacer autocrítica y dejar de echarle la culpa a otros.
En términos reales, la inestabilidad política, el enojo de muchos, empresarios, el de clase medieros, servidores públicos o intelectuales y hombres que han trabajado durante años como pequeños propietarios de casas y negocios de todo tipo, sufrimos las consecuencias de nuestro desdén y falta de solidaridad y empatía para superar la pobreza y la marginalidad de nuestros semejantes.
Hacemos como si eso fuera tema de las iglesias y del gobierno.
Hoy pagamos las consecuencias del abandono y marginalidad al que hemos orillado a millones de mexicanos que perdieron la fe y esperanza en su propio país y optaron por la pérdida de valores para vivir deliberadamente cómodos en el engaño y la simulación política que les ofrecen partidos y políticos miserables sin escrúpulos que sólo ven sus intereses personales.
Las clases acomodadas, medias, los intelectuales, empresarios, pequeños propietarios y todos en general, debemos ocuparnos de sacar a los pobres de sus condiciones de miseria, asistirlos con opciones de superación y cultura para mejorar su situación.
Sólo con la mejoría económica de esos segmentos marginales habrá condiciones de consumo generalizado de bienes y servicios y opciones de vida digna que hagan posible la convivencia social armónica.
La superación de la pobreza es fundamental e impostergable para abatir la violencia y el delito, la ignorancia y mediocridad que agobian las relaciones personales y a sociedades como la nuestra dominadas por políticos miserables.
El abatimiento del hambre, de la marginación, de las condiciones de desamparo que debían atender los gobiernos es problema de toda la sociedad y somos todos quienes debemos exigir al estado que, por el bien de todos, auténticamente atienda primero a los pobres y que lo haga bien, sin simulaciones ni populismos, sin actos mercenarios clientelares.
Esa exigencia debe plantearse desde una postura ética, legítima, solidaria, humanista, no con la perversión como lo hace Morena o como lo han ofrecido quienes le antecedieron en los abusos partidistas.
Tristemente, ni antes ni ahora, ningún partido se lo ha propuesto con auténtico compromiso, ninguno lucha por esas causas y esa falta de vocación y solidaridad, entre otras razones, explica el desprecio de la sociedad para esas instituciones partidistas sin escrúpulos.
La igualdad social, debe ser una causa de toda la sociedad, una exigencia colectiva de todos, empresarios, cleros, sindicatos, medios masivos de comunicación, intelectuales, sociedad civil, clase medieros, de todos, incluyendo los pobres como principales interesados.
Nadie vendrá a liberarnos de partidos rémoras abusivos y mediocres, narco gobernantes, de corruptos sistémicos, de líderes tramposos y cobardes; la mediocridad política es un problema que nos muerde a todos.
Nos corresponde como sociedad oponernos, exigir ética, repudiar la corrupción, la mediocridad gubernamental y exhibir el cinismo y la degradación de valores en los políticos.
Kennedy tenía razón al afirmar que “Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”, ya que, mientras continuemos indiferentes a la pobreza de nuestros compañeros de hábitat, estaremos a merced de sus enojos, envidias y resentimientos por haber nacido con menos oportunidades y porque es muy humano y comprensible que la opulencia ajena duela y lastime porque necesariamente oprime; si lo duda, por un momento compare sus oportunidades con las de un rico.
Nelson Mandela también tenía razón cuando afirmó que “Erradicar la pobreza, no es un acto de caridad, es de justicia” y toda inteligencia mediana complementaría que es nuestro deber, no sólo por razones de solidaridad sino de sobrevivencia y preservación de nuestras condiciones y privilegios.
José Carlos González Blanco.
24 de febrero del 2025