EL OTRO DATO/ Competencia de marchas

JUAN CHÁVEZ. Llenar el Zócalo es la marca de las competencias que se traen López Obrador y sus opositores.

Ambas inútiles, aunque las ciudadanas sean opositoras a un gobierno que les oprime con versátiles mentiras y ofensas con que gobierna al país imponiendo la agenda en sus estúpidas mañaneras.

Este domingo fueron más de 500 mil los que llenaron el Zócalo, declaró el oficialismo. Gentes acarreadas de todo el país para escuchar a su redentor por más de hora y media de palabrerías que desentonan su arraigado y obtuso pensamiento de “transformar al país”.

En las sociedades religiosas imperan procesiones y peregrinaciones. En la sociedad liberal, se quiso sustituir aquellas por desfiles cívico-militares. En nuestro mundo secular, lo que se impone todo el tiempo son las marchas y las manifestaciones. En el fondo, lo que se advierte es la necesidad social de manifestarse de manera masiva y por ese medio expresar lo que se cree, se piensa o se busca, o aquello que no se quiere o se quiere denunciar.

En noviembre del año pasado se tuvo en la Ciudad de México la madre de todas las marchas en apoyo al presidente López Obrador, más que a su propuesta de reformar al INE; fue una marcha multitudinaria, popular y festiva en la que el propio mandatario participó en un baño de masas que duró más de seis horas, y que exigió de sus oponentes organizar una manifestación todavía más multitudinaria si esto era posible, pues a lo que se ve, vivimos una competencia nacional de marchas entre grupos y sectores.

Para una buena cantidad de personas que marcharon en el presente año para defender al INE, la preocupación inmediata, aparte de averiguar dónde quedaba el Centro Histórico de su ciudad, era saber elegir el tipo de ropa y marca para participar en este tipo inusual de eventos.

Para las madres buscadoras de hijos desaparecidos, basta con unos buenos zapatos, picos y palas. Pues cuando andan en búsqueda o se manifiestan, lo que quieren expresar es su profundo malestar y dolor por la tragedia que viven. No andan defendiendo privilegios o estatus, ni una democracia teórica cuya eficacia jamás han visto; exigen derechos y justicia.

Precisamente, en un país donde la gente pobre no tiene posibilidades de ser respetada, porque carece de influencias, de palancas, de un gobierno que los defienda y haga aparecer a sus desaparecidos, vivos o muertos, con la misma rapidez con que fueron localizados los norteamericanos secuestrados en Tamaulipas.

Para las mujeres que salieron a las calles el pasado 8 de marzo, la tónica era distinta, pero no por eso menos agobiante. Defender la igualdad entre hombres y mujeres es una lucha que lleva ya por lo menos 200 años. Una lucha que ha logrado muchos de sus fines, pero no todos ni en todas partes, menos en países con cultura acendradamente machista como el nuestro.

El riesgo para las autoridades ha sido perder la calma y dar paso a la represión. El riesgo para los manifestantes es perder la lógica de sus ideales y caer en una radicalización destructiva y estéril, como si agrediendo personas y bienes públicos sus problemas se resolvieran con mayor prontitud.

No creo que al gobierno le importe más defender piedras que personas, pero tampoco creo que causa alguna justifique destruir lo que es patrimonio de todos.

De cualquier modo, el radicalismo nace siempre de la frustración repetida, de los nulos resultados a legítimas demandas, de la perpetuación de conductas y actitudes equivocadas y aún, legitimadas, y cuando todas las frustraciones de todos los sectores de una sociedad se juntan y combinan, la estabilidad del país puede venirse abajo.

Tomar las calles está bien para los opositores de AMLO. Este año la acción será común, en la medida en que la Corte de Lucía Norma Peña retrase la decisión de declarar inconstitucional el Plan B del obradorismo y si lo hace al revés… ¡aguas, porque las marchas se convertirán en revueltas al estilo Perú!

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