BOTELLA AL MAR/ El olor a mamá

MARTHA CANSECO GONZÁLEZ (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Muy probablemente, influenciada por el día de las madres que recién celebramos, tuve recuerdos muy entrañables. Siendo una niña, me sentaba a los pies de mi abuelita mientras ella veía la telenovela.

Además, se entretenía pelando una naranja, con mucho cuidado le quitaba todo el hollejo, la dejaba lustrosa. Mi abuelita se fumaba dos cajetillas de “Faros” al día, así que el cítrico entre sus manos se impregnaba de tabaco.

Muy ansiosa yo, esperaba el momento en que me extendiera un gajo para llevármelo a la boca, ese olor y ese sabor a naranja con tabaco no lo he vuelto a experimentar, lo recuerdo con nostalgia.

Esta misma semana, la página de Cultura UNAM, subió un post sobre el olfato con motivo de la conferencia de la neurocientífica española Laura López “El mal tiene un olor inconfundible”.

Proporcionó cinco datos curiosos sobre el olfato: Es el sentido del que estamos menos conscientes: funciona cada vez que respiramos y provoca reacciones imperceptibles pero constantes. Las únicas neuronas que se regeneran en el cerebro, son las que pertenecen al sistema olfativo, lo hacen cada 40 días.

También son las únicas neuronas que tienen contacto con el exterior, a través de la nariz. El olor de nuestros semejantes nos ayuda a sentir empatía y regula nuestra conducta sexual y social.

En dos momentos distintos de mi vida, he perdido el sentido del olfato y del gusto, la primera como una reacción de mi cuerpo ante el brutal asesinato de mis suegros. El cuerpo no puede con tanto dolor emocional, se protege, literalmente se adormece y ya no siente.

No me había dado cuenta de la pérdida, hasta un año después cuando de manera súbita los recuperé. Era una mañana cualquiera, me tocó preparar el desayuno, unos sencillos huevos a la mexicana y un café, resultaron ser lo más delicioso que había probado en mí vida.

¿Pues qué hice diferente? me pregunté, me acerqué el plato a la nariz, igual la taza de café, olí, ¡qué maravilla! Luego, con la ayuda de una terapeuta puede volver a sentir.

La última vez, el COVID me dejó sin esos sentidos, en esta ocasión fui muy consciente de ello y disfruté con su gradual regreso.

También esta semana que acaba de pasar, alguien en Facebook abrió hilo, ¡Hagamos una lista de olores que nos recuerdan la infancia! Hubo de las respuestas más variadas, muchas de ellas en relación con los seres queridos: “el jardín de la casa de los abuelos”, “la madera del escritorio de mí papá”, “el olor de la lonchera que mi mamá me preparaba”, “el olor a café con leche y pan con manteca”.

Yo respondí que por supuesto el olor de mi mamá.

¿Y cómo no vamos a saber exactamente a qué huele nuestra mamá?, si estuvimos en sus entrañas por lo menos 9 meses. Ese olor nos acompaña toda la vida, por eso lo extrañamos tanto cuando ya no está ya sea porque devenimos en seres individuales o porque ella, como cualquier ser humano tiene que partir.

Luego de que mi mamá muriera, mis hermanas y yo arreglamos sus cosas, donamos la mayor parte de su ropa, pero cada una se quedó con varias prendas suyas, de vez en cuando me las pongo y apenas están sobre mi cuerpo, no puedo evitar jalar aire para que me la traigan de regreso.

Parafraseando a la Laura López. Sí, el mal tiene un olor inconfundible, el bien también lo tiene, ¡el olor a mamá!

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