BELLAS Y AIROSAS/ Ser maestras

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). A punto de cumplir 36 años de dedicarme a la docencia pareciera que el tiempo no ha pasado y cada inicio de semestre es como mi primera vez de aquel 1987 cuando nerviosa, ingenua e ilusionada empecé a dar clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la UNAM.

Desde pequeña me encantaba jugar a la maestra y vaya que me lo tomaba en serio pues hacía mis listas, formaba a mis muñecas para que entraran ordenadamente un rincón de mi recámara que yo había transformado en un salón de clases, pasaba asistencia y dejaba mucha tarea.

En la adolescencia me gustaba mucho comentar con mis amigas la personalidad de cada una de las personas que nos daba clase, a veces para alabar su pasión y sabiduría, otras veces para quejarnos por su desinterés o falta de estrategias para ayudarnos a comprender algún tema. Imaginaba cómo impartir mis asignaturas favoritas que durante la licenciatura eran géneros periodísticos e historia de los medios. Me fascinaba exponer y ganarme la atención de mi grupo, sobre todo demostrarle al profesor que yo podía explicar con facilidad y creatividad un tema. Algunas veces, mis compañeros y compañeras aseguraban que les gustaba más cómo había dado yo la clase. Sin embargo, yo soñaba con ser periodista, no me propuse nunca convertirme en profesora.

Sin embargo, el destino ha sido muy generoso conmigo y el día de mi examen profesional la maestra Soledad Robina me invitó a ser su ayudante. Qué emoción, además la materia era historia de los medios. Disfrutaba mucho esos días que ella no podía asistir y me tocaba exponer, realmente me gané al grupo pues mi querida profesora los torturaba al dictarles la clase y yo explicaba, compartía anécdotas y alguno que otro chiste para ganarme su atención. Al poco tiempo, don Froylán López Narváez me encontró en la explanada de Políticas y cuando le comenté que era adjunta, él muy seguro dijo que yo ya estaba titulada y yo merecía ser titular de una asignatura. Me recomendó con la coordinadora, le habló maravillas de mí, y al otro día ya me estaban llamando para darme la titularidad de Géneros Periodísticos Interpretativos. Vaya atrevimiento, una novata de 25 años convertida en profesora de chavos y chavas casi de mi edad. Pero la primera aventura fue maravillosa, hubo de inmediato química entre ese primer grupo y yo, disfruté tanto darles sugerencias, compartir anécdotas, leer y corregir sus tareas, hacerles sentir que podían ser mejores.

Poco a poco me hice popular en la UNAM, en 2004 empezó a pasar lo mismo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Las no-amigas dicen que fue por mis minifaldas o medias sicodélicas, yo creo que, a lo mejor sí, pero también porque comparto con total pasión lo que ya estoy viviendo: el periodismo. Tantos escritos leídos, desde notas informativas hasta artículos de opinión. Me gustaba mucho que me entrevistarán, así podían conocerme mejor y crear lazos más estrechos, empezaron a decir que era su madre académica, y yo como la mamá de los pollitos. Era retador dejarles hacer reportajes, me encantaban las columnas que creaban, las crónicas de lugares a los que me gustaba llevarlos como la cantina “El Nivel”, el Hipódromo de las Américas o la Arena México para ir a ver las luchas.

Cada generación una historia diferente, chicos que destacaba por talentosos o flojos, muchachas inolvidables que ya escribían de maravilla, algunos guapos que me hacían suspirar por su inteligencia y muchas chavitas que ahora son mis grandes amigas.

Todavía me envuelve el nerviosismo y la emoción al entrar al salón y toparme de inmediato con sus sonrisas, pero lo que todavía me fascina sentir es ese momento en que logro captar su atención y hago que se cautiven, se emocionen, se identifiquen e ilusionen con lo que estoy exponiéndoles. Nunca he dejado de sentir esa sacudida académica, es fascinante ir tras de ella. Entonces, luego de entrar al salón, mi primer acercamiento es el saludo natural y el repaso de la clase anterior -bostezan o se tallan los ojos, claro son apenas las siete de la mañana-. Poco a poco me acerco al tema del día, fechas, datos, definiciones -ya no escriben en sus cuadernos, ahora toman fotos o simplemente miran su teléfono celular-. Y mi corazón aumenta su latir cuando preparo la escena o el relato que estoy segura los atrapará.

Puedo hablarles del golpe a Excélsior o cuando Noemí Atamoros llegó a trabajar a ese periódico para convertirse en una de las primeras reporteras de esa empresa periodística. Detallar el trabajo de Zabludowsky en la radio ese 19 de septiembre de 1985 o me describo a mí misma cuando hago mi programa radiofónico. Les relato mi escena favorita de la película “Lola” de María Novaro o les juro por diosito santo que “María de mi corazón” es el mejor filme de amor que se ha hecho en el cine nacional. Me burlo de ese programa del ayer llamado “Siempre en Domingo” o les canto “Ana del Aire”, mi telenovela favorita de todos los tiempos… Y justo en ese momento, sus miradas me descubren, sus oídos parecen destaparse, han olvidado la pantalla de su celular y observan con curiosidad a esa señora que está al centro del salón deseando con toda su alma que palpen la historia de los medios de comunicación o que escriban con tinta sangre del corazón su tarea de la semana. ¡Qué maravilloso instante! Son míos y mías, puedo envolver sus sueños y jurarles que serán periodistas, comunicólogos o cineastas, que triunfarán siempre, pero que no dejen de ser felices, de tener ilusiones, de confiar en su gran capacidad, porque la tienen. Nunca dudo que ese momento prende chispas en el aula, se forman remolinos de inspiraciones, y una alianza eternamente inquebrantable entre maestra-grupo. El momento quizá dure unos minutos, pero es la fuerza que me motiva a seguir siendo profesora, a no sentirme distante pese a ya tener 61 años y mis estudiantes solamente 18, sí, la brecha generacional existe, cada vez en más profunda, pero mi vocación logra salvarme porque palpo ese vínculo que nos une por siempre. Este 15 de mayo recibí mensajes de tantas personas que evocan mis clases, los consejos y hasta mi sonrisa. Qué grata satisfacción. No tengo duda, ser maestra es lo mejor de mi vida.

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