BELLAS Y AIROSAS/ Rosario Castellanos

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Imposible no pensar en ella el día del aniversario de su muerte. Rosario Castellanos falleció para hacerla eterna. Y aquí está, su voz que refuerza algún estudio o perspectiva crítica sobre la situación de las mujeres hoy, en el siglo XXI. “Sobre cultura femenina” o “Mujer que sabe latín”, son un referente obligado. Ahí estoy yo, recomendándoles a mis grupos que la lean, forzándolos a realizarles entrevistas imaginarias y sonriendo satisfecha cuando quedan atrapados al conocer la trayectoria periodística que tuvo en “Excélsior”. Recitándola cuando justifico que soy mujer de palabras, como ella, que cada vez rehúyo más de los espejos o cuando miro la cicatriz de mi cesárea y reconozco que estoy abierta al viento.

Siempre hay algo nuevo que reconocer en Rosario Castellanos, aunque hace ya 48 años que nos abandonó. Fue el 7 de agosto de 1974 el día fatal que ella supo, como lo dijo en uno de sus poemas, cuando supo qué se hace a la hora de morir. Era embajadora en Israel, luego de tomar un baño, al tratar de conectar una lámpara sufrió la mortal descarga eléctrica. El poeta Jaime Sabines le reclamo entre el enojo, la rabia y el dolor: “Sólo una tonta podía morirse al tocar una lámpara”. El presidente en esa época, Luis Echeverría, el mismo que le dio ese nombramiento de embajadora en Tel Aviv, Israel, donde pasó todo, decidió que tenía que ser recibida en la Rotonda, en ese tiempo, de los Hombres Ilustres, convirtiéndose en la tercera mexicana en tener acceso a ese privilegiado lugar de evocaciones y homenajes. Vuelve a reclamar Sabines: “¡Cómo duele que te traigan, te pongan, te coloquen, te manejen, te lleven de honra en honra funerarias! (¡No me vayan a hacer a mí esa cosa de los Hombres Ilustres, con una chingada!)

Dicen que ese 7 de agosto de 1974 fue un día lluvioso, que mientras la enterraban una chica repartía los poemas de Rosario en unas hojas sueltas, empapadas de lluvia o quizá de lágrimas. ¿Qué poemas serían? Yo todavía me conmuevo al repetir, volviéndolo el lema de mi vida: “Debe otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser”, frase final de “Meditación en el umbral”. En mis días depresivos y llenos de desesperanza, me doy fuerza repitiendo: “Malhumurada, irónica, levantando los hombres como a quien no le importa, yo digo que no sé, sino que sobrevivo a mínimas tragedias cotidianas: la uña que se rompe, la mancha del mantel, el hilo de la media que se va, el globo que se escapa de las manos de mi hijo. Contemplo esto y no muero…” Apuesto por el amor y repito: “Porque éramos amigos y a ratos nos amábamos…” Cada poema presto para hacerte vivir la vida a su ritmo, desde su alma.

Me siento una entrometida cuando leo las cartas que le escribió al hombre que amó o a su querida amiga Dolores Castro -de seguro, ya están juntas en el cielo de las poetas-. Escucho a Rosario cuando hago la sopa o preparo la merienda pues evoco sus cuentos “Lecciones de cocina”. No hay taller literario o círculos de lectura donde no se le evoque, donde no se proponga leer “Balum Canan” y yo vuelva encontrar nuevas expresiones, otras miradas, me escuche en la voz de la pequeña protagonista.

Y, por supuesto, cuando escribo esta columna creo atisbarla, gracias a la compilación “El uso de la palabra” tengo a la mano lo que ella escribió cada semana en “Excélsior”, me convenzo de que todo tema es válido porque Rosario lo mismo recomendaba una lectura, compartía sus viajes o alguna anécdota con su hijo. Desde esa tribuna dio su punto de vista sobre las mujeres y los primeros movimientos feministas de esa década de los setenta. Otra vez, me robé una frase suya, la repito cuando quiero despertar en mis estudiantes ese espíritu crítico y se conviertan en una “rebelde furibunda”.

Tantas Rosarios en muchos libros que la estudian, la analizan, la interpretan, que insisten en tenerla aquí, cerca, sacudiéndonos con su voz, sorprendiéndonos con sus aportaciones, recurriendo a ella para explicarnos este mundo patriarcal y transformarlo.

Cuando estaba haciendo mi investigación sobre las mujeres que reposan en la Rotonda, ahora, de Personas Ilustres, fui a su tumba. Me acompañaron varias alumnas y mi amiga Silvia, se miraban sorprendidas cuando me puse a llorar mientras acariciaba esa blanca lápida. La saludé bajito, no quería despertarla, que siguiera descansando. Una de las pocas mujeres representada como lo fue ella misma en vida -leí que no es común que en el arte funerario se vea esa representación, las mujeres podemos ser ángeles o musas, vírgenes o mártires, pero no nosotras mismas ni siquiera en nuestra propia tumba-. Pero Rosario es Rosario, ahí está su figura de bronce en todo su esplendor, su carita de maya, una de sus manos trae consigo la pluma que la eterniza como escritora, en la otra mano un libro, invitándonos a no dejar de leerla. Su epitafio no podía ser más simbólico: xxxxxxxx.

Cuántas anécdotas de quienes la conocieron. Una compañera de El Colegio de México, Paty Ravelo, me compartió que una vez, pidiendo aventón dentro de Ciudad Universitaria, Rosario se detuvo a llevarlas y platicó muy amenamente con ellas, hasta después supo quién había sido esa señora amable que les habló del amor por la universidad. Mi maestro Froylán López Narváez, sabía de mi fascinación por ella, y siempre me compartía los ratos que pudo tratarla. Elena Poniatowska escribió uno de los ensayos más bonitos sobre Castellanos en “Ya vida, no me mereces”. Cuando estudiaba en El Colegio de México me tocó exponer sobre Rosario y mi maestra Aralia López compartió cosas maravillosas que sabía tanto de la vida como de la obra de la inolvidable escritora. Recibir yo un premio llamado “Rosario Castellanos” por mi reportaje sobre la adopción, cuando escribía para la Doble Jornada y era una juvenil veinteañera y no dejar de mirarlo embelesada, incluso hasta ahora que soy señora de seis décadas.

Rosario Castellanos, imposible no escribir sobre ella cada mes de mayo que celebramos su nacimiento. Tener que recuperarla otra vez cada agosto que lamentamos su partida. Evocarla eterna, siempre cerquita del alma para despertarla, sacudirla, provocarla.

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