BELLAS Y AIROSAS/ Ángela Peralta. Cantar en el cielo

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Cuenta la leyenda que una vez Ángela Peralta se presentó en París, y otra soprano que le tenía envidia pasó a interpretar antes que ella, al finalizar le presumió que así se cantaba en tierra francesa. Ángela salió al escenario y su voz rindió a sus pies al público que la ovacionó aplaudiendo de pie durante varios minutos. Se cruzó con la otra cantante para decirle muy bajito, pero con mucho orgullo: “Y así se canta en el cielo”. Su nombre completo fue María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera. Nació en la ciudad de México, el 6 de julio de 1845.

Su familia fue pobre pero su infancia no quedó marcada por ello, sino por su voz, ya que desde pequeña demostró que el canto era su don. Por eso, cuando alguien la escuchó cantar, ella tenía 8 años, no dudó en apoyarla para que estudiara en el Conservatorio Nacional de Música de México.

A los 15 años debutó en el Teatro Nacional y su éxito fue impactante. Su voz conquistó a cada persona que asistió esa noche a la ópera. Su voz llegó a cada corazón y los hizo latir al ritmo de sus interpretaciones. Su padre quedó más convencido del gran talento y sensibilidad de su hija y logró planear, así como llevar a cabo una gira por Europa.

En 1862 esa voz femenina resonó por escenarios de Italia y España. Fue muchas veces a tierras europeas, pero jamás dejó de regresar a su país para ser siempre aclamada. Dicen que una ocasión salió 35 veces a agradecer la ovación de su público, valorando en cada presentación su gran lealtad con ella.

Además de su voz alegre, seductora, mágica, bella y airosa, se le bautizó de diferentes maneras, destacando más su voz que su apariencia: “De todos es sabido que Ángela Peralta no era nada agraciada físicamente: era obesa, tenía ojos saltones, cara redonda y baja estatura, pero su celestial voz era única. Mientras que en España le llamaban “El ruiseñor mexicano”, en Italia le decían “Angelica di voce e di nome” (Angélica de voz y de nombre). Conquistó al gran público internacional y, gracias a su prodigiosa voz, fue una de las sopranos más vitoreadas en la historia de la ópera, y llevó este excelso arte a la provincia mexicana, llegando a lugares apartados y difundiendo tanto obras europeas como mexicanas. Varios teatros del país llevan hoy su nombre”.

El amor llegó a su vida, pero la historia no tuvo final feliz, incluso casi provocó que ella dudara entre ese amor y la música. Sin embargo, logró sobreponerse a su gran dolor y continuar su destino. Las crónicas de la época constantemente recreaban sus presentaciones, destacaban sus triunfos y no limitaban sus alabanzas. Periodistas e intelectuales, poetas y cronistas nunca desaprovecharon la oportunidad para compartir sus impresiones y sensaciones al escucharla cantar. Es así como era común la presentación de los siguientes encabezados: “El beneficio de Ángela Peralta”. “Triunfo de Angelita Peralta en Puebla”, “La señora Peralta en Guanajuato”, “Obsequio a la señora Ángela Peralta”.

Las plumas más reconocidas de la época estuvieron también cautivadas por esa voz angelical. Justo Sierra agradeció que Peralta hacía olvidar por un instante los terribles momentos que vivía México en ese siglo XIX, invadido, con un presidente que gobernaba desde un carruaje y un extranjero en el castillo de Chapultepec tratando de comprender un país tan ajeno a su sangre. Ella representaba un himno triunfal, aunque la victoria todavía no estuviera próxima.

José T. Cuéllar decidió hacer un álbum fotográfico que captara a la cantante en diferentes poses y tomas. Poco después, el estudio de Andrés Martínez también captó su imagen. Las fotografías causaron todo tipo de reacciones, desde comentarios de cariño y reconocimiento, hasta burlas o expresiones sexistas que las descalificaban por la forma de su cuerpo, de sus ojos y hasta de su poca belleza. Sin embargo, a su público no le importaba el físico, palpaban la calidad musical de esa mujer que tanto adoraban. El investigador Amézaga señaló: “Estas imágenes de Ángela Peralta tuvieron una sorprendente demanda. La prensa publicó que el fotógrafo Manuel Rizo había reproducido, en tan sólo 24 horas, 400 fotografías de la cantante, retratada de manera individual y con la compañía de ópera del señor Biacchi. Estos datos revelan la enorme popularidad de la soprano también en otras ciudades fuera de la capital”.

Su último concierto fue marcado por la tragedia. Ella solamente tenía 38 años y se presentó en un teatro en Mazatlán. Por desgracia, al puerto llegó un barco con el cadáver de alguien que había padecido fiebre amarilla. Aunque esa persona fue enterrada de inmediato, la enfermedad se propagó por el puerto y entre las personas contagiadas estuvo Peralta.

Las leyendas parecen seguirla, pues hay diferentes versiones de su muerte. Para algunos biógrafos fue admirable que ella decidió ese mismo día que agonizaba casarse con Julián Montiel. Otras historias afirman que este hombre no la amaba y aprovechó la situación para casarse con ella, y pese a estar ya muerta, convertirla en su esposa para quedarse con su patrimonio.

El 30 de agosto de 1883 ella murió. De toda su compañía, formada por 80 personas solamente seis personas sobrevivieron a esa epidemia, entre ellos Juventino Rosas, que se integró como violinista. Solamente una diva podía terminar su vida así, joven, talentosa, única. Mucho tiempo, sus restos permanecieron en Mazatlán. Fue hasta 1937 cuando sus restos fueron llevados a la Rotonda, gracias a las gestiones del periodista Rafael Martínez. Fue así como se convirtió en la primera mujer en ser reconocida y recibida en ese recinto. Su tumba no es ostentosa, quizá peca de ser demasiado sencilla. En su lápida, ya muy pálida por el sol y el tiempo a penas se alcanza a leer su nombre. Ni un ruiseñor vuela alrededor de la tumba de Ángela Peralta. Nadie la aclama como el mismo día de su muerte cuando momentos antes salió al balcón de su hotel y le cantó al pueblo de Mazatlán. No una ofrenda flor que haga eco a la voz más privilegiada de todos los tiempos. Pero, desde este espacio la evocamos con la misma admiración que Manuel Acuña le escribió un poema cuyo primer fragmento dice: “Hubo una selva y un nido y en ese nido un jilguero que alegre y estremecido, tras de un ensueño querido cruzó por el mundo entero”.

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